
Abrí mis ojos y miré al cielo.
Esa materia Negra-azul que se adorna con pequeños cuerpos resplandecientes.
Estaba agotado, destrozado, miraba al cielo y mi cuerpo no reaccionaba.
Estaba tirado en el suelo a orillas del camino, suspirando y con el alma en carne viva.
Busqué en mi pecho pero no habia nada, lo había perdido para siempre.
Empezó a llover...
Llovía fuerte, tanto que apenas podia respirar con el agua cayendo directamente en mi rostro.
Como pequeñas brazas incandecentes que se estrellaban contra mi piel.
Me levanté y quize huir pero mis piernas no reaccionaban.
Caminé durante mucho tiempo hasta que la lluvia cesó.
Mis piernas sanaron y mis ropas se secaron, mi cabello revoloteaba con el viento y las nubes habían desaparecido.
Pero mi pecho aún estaba vacío, lo había perdido para siempre.
El sol replandecía.
Fué entonces cuando te vi sentada de frente a mi, cerca de la entrada de un lugar que nunca olvidaré.
Estabas tan radiante como la luz de la luna, tan sonriente y preciosa como los ángeles mas hermosos.
Me miraste a los ojos y sonreiste.
Buscaste en mi pecho y viste que no había nada. Lo había perdido para siempre.
Entonces me miraste dulcemente y me diste la mitad de tu corazón para que latiera como uno solo, aún cuando estamos separados.
Lo coloqué en mi pecho y te miré con ternura y emoción.
Y me sonreiste.